Un reflejo de tristeza pero de fe al mismo tiempo, por lo que vendrá en el futuro y por la confianza en los designios divinos. Eso fue lo que reflejó la misa de acción de gracias que presidió el obispo, Gabriel Barba, para despedir a las hermanas benedictinas que dejan el monasterio Nuestra Señora de la Fidelidad, de El Suyuque.
La celebración, realizada cerca del mediodía de este miércoles y que duró más de una hora, fue ante la presencia de sacerdotes y religiosos, diáconos y seminaristas, acompañados por fieles cercanos a la comunidad benedictina y religiosas de diversas congregaciones, como las Hermanas del Instituto Mater Dei, Servidoras del Señor y la Virgen de Matará, Hijas de Santa María del Corazón de Jesús, vírgenes consagradas de la diócesis y Monjas de Belén.
“Hoy es una misa mucho más difícil, donde se esperan muchas cosas, y hace bien estar con la presencia de ustedes, que nos ayuda a caminar juntos en un momento que no es fácil, como nunca es fácil seguir la vida cristiana. Entre los altares no hay distancia”, sostuvo monseñor Barba durante el encuentro.
Luego de 45 años de servicio ante la comunidad y por no tener el cupo de monjas suficientes para poder mantener al monasterio, decidieron donarlo al Obispado; pasará al Seminario Diocesano San Miguel Arcángel y San José. La vida monástica está impregnada de devoción y amor, y en ese misterio reposa la aceptación de la voluntad de Dios, que siempre es para mejor. De ahí surge un nuevo camino para las hermanas (quienes sabrán afrontarlo en los valores de la fe y las enseñanzas de San Benito) y un nuevo desafío en las funciones del predio. Lo cierto es que para los creyentes, el hecho configura todo un símbolo.
Mañana, las hermanas benedictinas emprenderán su viaje a la Abadía de Santa Escolástica en Victoria, Buenos Aires.
Antes de que finalizara la ceremonia religiosa que dejó varias lágrimas a la luz, la madre benedictina María Cristina quiso hablar por las seis hermanas que formaban parte del monasterio: “Monseñor quiso que diera algunas palabras y no las tengo, ustedes comprenderán que en este momento tengo un nudo en mi garganta. Tal vez lo más importante que quiero decirles es gracias por estar presente. Gracias especialmente a los sacerdotes que nos han querido acompañar y en realidad son quienes han querido que celebráramos esta Eucaristía y han venido tan abundantemente para hacernos saber que están presentes en este momento, que ciertamente es de dolor”.
“Gracias a las religiosas que nos han acompañado a lo largo de estos años en todos los momentos de cruz, de alegría, y gracias a los fieles que nos han identificado siempre con su testimonio de vida. No tengo más que agradecer por habernos permitido formar parte de esta bellísima comunidad a lo largo de 45 años. Nos vamos espiritualmente, pero estaremos siempre unidos siguiendo los caminos que Dios tiene reservados”, cerró con mucha emoción la superiora.
Al finalizar la celebración, el obispo, los sacerdotes, las hermanas y los fieles, compartieron una foto del encuentro.
“Esta noticia no fue de improviso, sabíamos que si no se revertía esta situación podía ocurrir el cierre. No deseábamos que llegara, pero llegó. La madre Cristina me dijo que en siglos anteriores se cerraron monasterios, se cerró esta comunidad por una realidad que se impuso”, dijo Barba a El Diario de la República.
El sacerdote de la parroquia Nuestra Señora de la Merced de Villa Mercedes, David Picca, contó sobre el origen de la llegada de las monjas benedictinas a la diócesis de San Luis. “La historia se resume en cuarenta y cinco años. Las monjas llegaron en 1977, traídas por monseñor Juan Rodolfo Laise y un grupo de laicos que acompañaron dicha fundación, que comenzó en El Chorrillo, como decíamos antiguamente en esos años, en la parroquia o capilla de Fátima. Ahí empezó un grupo de hermanas y durante muchos años trabajaron en este proyecto que hoy podemos ver, que es el gran monasterio de las hermanas benedictinas”, dijo.
“Eso se va a trasladar al Seminario Diocesano; va a ser un lugar de oración, un lugar de puertas abiertas para quienes vienen a rezar, para los turistas. Más allá de no perder el espíritu del seminario, la formación de sacerdotes se va a tener en cuenta en esta realidad de lo que es este lugar, marcado por tantos años como un espacio de oración, donde venían a encontrar la paz”, añadió Picca.
Las religiosas dejan el edificio completamente amueblado, con el local de ventas y el equipamiento de la fábrica de dulces. Según señalaron desde la diócesis, esperan que en diciembre los seminaristas se muden al exmonasterio para seguir su formación.
Por ahora, aunque la tristeza parezca una emoción predominante, en la comunidad católica hay un rumbo de un nuevo amanecer, ya que, como enseña la fe, todo sucede porque Dios lo quiere. Los fieles y el clero se encuentran en el abandono confiado a la divina providencia.